martes, 23 de agosto de 2011

El poder de la magia

Lo que tiene ver pelis de magos xD.
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Tom caminaba por la calle, cogido de la mano de su madre mientras le regalaba una gran sonrisa a todo aquel que le cruzase una mirada con él. Los transeúntes, inspirados por el gesto de un niño que dos días atrás había alcanzado los diez años, le saludaban y sonreían con una pequeña parte de su contagiosa alegría. Su padre, un hombre que pasaba la vida trabajando y al que apenas veía, había conseguido dos entradas para un espectáculo de magia, diciéndole que se fijase en cada pequeño detalle y después, cuando estuvieran ambos en casa, se lo contase todo. Entonces, Tom se abalanzó sobre él.

El teatro era un gran edificio de fachada elegantemente iluminada, con un letrero luminoso que atraía las miradas cubierto por aquellas extrañas formas que sólo su madre sabía descifrar.

—El gran mago Magno–le dijo, señalando aquellas manchas negras –. Ya hemos llegado, Tom.

Se acercaron a la entrada cuando llegaba un coche tirado por caballos. De él se bajaron dos personas, un hombre y una mujer. Una vocecita en su cabeza, apenas un eco de la voz de su padre, le dio la respuesta a la pregunta que aún no había formulado. “Gente importante”. Como le habían enseñado, se hizo a un lado junto a su madre, manteniendo la amplia sonrisa. El hombre pasó de largo, entregándole al chico que vigilaba la puerta dos papeles como los que su madre guardaba. La mujer, sin embargo, le dedicó una dulce sonrisa antes de seguir a su acompañante a través del hueco que habían abierto para ellos. Cuando el teatro se los tragó, Tom se dirigió al chico que cerraba la abertura.

—¡He venido a ver al mago!—anunció, eufórico, mientras su madre le mostraba aquellos papeles llenos de formas. El chico les abrió las puertas sin aquella sonrisa servicial que le dedicó a los anteriores espectadores. Madre e hijo entraron de la mano.

Su padre había conseguido dos asientos en la decimoquinta fila, bastante alejada del escenario pero lo suficientemente cerca para poder ver bien. Las butacas eran cómodas, de terciopelo rojo, y se contaban por cientos. En las paredes, palcos mejor acomodados, que permitían una gran panorámica de toda la escena, destinados para la “gente importante”. Tom reconoció sentados a la pareja que había llegado en aquel coche, quienes miraban de reojo el telón que cubría todo el escenario. El teatro, que cuando Tom y su madre habían llegado estaba prácticamente vacío, se fue llenando poco a poco. Para su mala suerte, un hombre alto se sentó justo frente a Tom, impidiéndole ver bien. Él, en su mente, le gritó “gigantón”, con tanta fuerza que el apodo se le escapó en un susurro.

Al fin, el telón se levantó. Una hermosa mujer, que Tom reconoció como la princesa de uno de aquellos cuentos que su madre le leía antes de dormir, cruzó el escenario entrando por una oreja del gigantón y saliendo por la otra. Tom se puso en pie sobre la butaca, intentando ver por encima de él, pero era tan alto que aun así no podía. Apenas distinguía a la mujer, que se movía por el escenario. Esperó a llegar al centro antes de hablar.

—Damas y caballeros–comenzó—, tengo el placer de presentarles… ¡al gran mago Magno!

El aplauso fue generalizado, y cuando el mago apareció de la nada envuelto en una nube de humo se convirtió en una ovación. Tom observaba con los ojos y la boca muy abiertos cada gesto, cada paso. Su madre al principio sonreía a cada suspiro y grito de su hijo, pero después se centró en el espectáculo, olvidándose de todo lo demás.

Pero cuando comenzó con los números importantes, Tom se desilusionó. Desde su asiento apenas podía ver nada. Aprovechando que su madre estaba distraída, se deslizó de su asiento y se fue acercando poco a poco al escenario. Se encaramó a la madera cuando el mago pidió un voluntario.

—Vaya, ya no hace falta—dijo al ver a Tom—. Oye, chico, ¿quieres ayudarme?

Tom asintió con entusiasmo y subió al escenario. El mago le mostró una jaula que contenía una paloma blanca y le pidió que la cubriera con un pañuelo que la mujer le dio. Él hizo lo que le pidieron, fijándose en todo lo que Magno hacía.

—Y a la de tres, tira del pañuelo—le pidió el mago—. Una, dos… ¡y tres!

Tom tiró. La tela se apartó con facilidad, como si el objeto que ocultaba no existiese. Y de hecho, no había objeto. La jaula había desaparecido por completo, paloma incluida. Tom abrió mucho la boca de sorpresa.

—Y ahora—siguió Magno—, cubre mi mano con el pañuelo, por favor.

Él lo hizo, deseando ver el siguiente truco. El bulto bajo la tela creció un poco. Y al gesto del mago, volvió a tirar. Magno sujetaba a la paloma con su mano. Tom, junto a todo el público, estalló en un aplauso. El mago la dejó volar libre por el teatro, hasta que esta se posó en uno de los palcos.

Después bajó del escenario, aunque no fue hacia su asiento. La ayudante del mago le había puesto una silla en el centro del pasillo, en primera fila. Cuando Tom se sentó, ella le sonrió.

—Te vi saltando para poder ver el espectáculo–le dijo en un susurro, dándole un beso en la frente.

Sólo entonces se fijó en ella. La mujer le guiñó un ojo azul antes de darse la vuelta para volver a las escaleras; su pelo rubio, que se rizaba formando tirabuzones perfectos, giró con ella. Iba enfundada en un corsé de seda negra, que terminaba en una falda corta. Tom se dijo a sí mismo que era imposible que fuese la princesa de un cuento: era demasiado bonita como para poder serlo.

El mago se dirigió al público una vez más.

—Y ahora, damas y caballeros, es la hora de que mi ayudante desaparezca—anunció—, aunque no creo que tarde mucho en volver. Si hacer desaparecer una paloma es difícil, hacerlo con una persona lo es aún más. Por favor, no lo intenten con sus mujeres.

Hubo una risa general. Tom se dijo que había dicho un chiste, aunque no lo había entendido del todo. Su ayudante llevó una caja al centro del escenario, abriéndola para que el público lo viese. Totalmente vacía. La mujer se metió en la caja. Tom se acercó un poco más; estaba sentado casi en el aire. El mago cerró la caja y la aseguró con un candado.

—Ahora mismo, es imposible salir de esta caja—dijo, mientras un hombre le traía una gran espada—. Mi ayudante Arianne desconoce por lo que voy a hacer a continuación. La atravesaré con esta espada. Y si no hay error, saldrá ilesa.

Y sin esperar un instante, Magno hundió la hoja con todas sus fuerzas en la caja, hasta la empuñadura. No hubo grito alguno. Repitió el proceso dos veces más, antes de darse por satisfecho. Después abrió el candado y la caja. Estaba vacía de nuevo.

—Y ahora, damas y caballeros, si se giran y reciben con un aplauso a mi ayudante…

Tom se giró sobre su silla. Arianne, la ayudante del mago, caminaba a lo largo del pasillo, sonriendo y saludando a todo el público. Al llegar junto a Tom le revolvió el pelo, y regresó al escenario.

—Lamento anunciar que éste será el último efecto de esta noche—dijo el mago, con un deje de tristeza en la voz—, pero también será el más espectacular. Necesitaré dos voluntarios, que elegirá mi ayudante— Arianne señaló a dos hombres, que subieron rápido al escenario entre aplausos—. Caballeros, me gustaría que atasen mis manos y mis pies con las cuerdas.

Mientras ellos lo hacían, otras dos personas llevaron hasta el escenario un gran tanque de agua, que se abría por el techo. Una vez estuvo bien atado, el mago dijo:

—Damas y caballeros, si alguien teme ver a un hombre ahogándose, les recomiendo que abandonen la sala.

Un gancho descendió del techo. Arianne lo enganchó a las cuerdas de sus muñecas y lo subieron, dejándolo caer en el agua. Una cortina cayó sobre el tanque, cubriéndolo por completo pero dejando que se adivinase su forma bajo ella. Transcurrió un minuto completo hasta que la ayudante lo destapó. Dentro del tanque sólo quedaba agua.

—Y como llegué—gritó la voz del mago, resonando por todo el teatro—me voy. Ha sido un placer tenerles esta noche con nosotros. No duden en volver, ¡intenten descubrir el engaño!

Aquella noche, Tom abandonó el teatro lleno de euforia, y con un deje de tristeza. Allí decidió que, cuando creciese, sería mago, el mejor del mundo. Cualquier cosa que le permitiese tener una ayudante como Arianne.

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