lunes, 18 de abril de 2011

Cuentos infantiles.

Por que todas las historias, o al menos esta, se merecen un final feliz.

Para ti, Marina. Hasta luego
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—Abuelo, cuéntame un cuento.

La niña estaba tumbada en la cama, tapada hasta los hombros. Sus ojos azules, despiertos, cargados de inocencia infantil, miraban el rostro arrugado del hombre que acababa de apartarle un mechón de su pelo rubio para besarle la frente.

—¿Ahora, pequeña?—dijo él—. Pero si es muy tarde. Deberías estar durmiendo ya.

—Jo, abuelo… Venga, uno cortito para que pueda dormir—rogó ella.

—Está bien…—cedió el abuelo—. Pero uno solo, y después a dormir.

“Hace ya mucho tiempo, había un pueblo en lo alto de un acantilado al borde del mar. En lo más alto, un niño pequeño llamado Vincent salía cada mañana a jugar con su mejor amiga.”

—¿Y cómo era ese niño, abuelo?

—¿Cómo te lo imaginas tú, pequeña? —preguntó.

—Pues… ¡Tiene el pelo negro! —respondió la niña, saltando sobre la cama.

—¿Y los ojos?

—Mmm… ¡Negros también!

—De acuerdo, pequeña.

“El pequeño Vincent se encontraba cada mañana con su mejor amiga, en lo más alto del acantilado. Siempre llegaba el primero, y esperaba mirando la luz del sol reflejada en el agua, jugando con su pelo negro. La niña siempre llegaba y saludaba con su dulce voz cantarina.”

—¿Y cómo se llamaba la niña, abuelo?

—Para eso aún queda más cuento, pequeña.

“Entonces Vincent se levantaba e iban a jugar. Todo el día, hasta que se ponía el sol. Entonces se despedían, prometiendo que se encontrarían a la mañana siguiente en el mismo lugar. Pero un día, la niña no apareció. Vincent la esperó todo el tiempo, sentado al borde del acantilado, escuchando atentamente por si la oía llegar. Así volvió una y otra y otra vez. Pero la niña no regresó a aquel lugar.

Pasaron los años y Vincent creció. Con el tiempo, llegó a olvidar a aquella niña con la que tanto había jugado.”

—Abuelo, ¿y cómo era la niña?

—Pues como son todas las niñas—respondió él—. De hecho, se parece mucho a ti.

—Vaya…

“Vincent hizo nuevos amigos, vivió nuevas aventuras. Pero un día, o mejor dicho una noche, tuvo un sueño. En él se veía a una chica, que le sonreía. Vincent gritó, pero no le respondió. La chica sólo se quedaba quieta, sonriendo. Entonces Vincent corrió, intentando alcanzarla. Y cuando la tuvo cerca de su mano, despertó. Siete noches seguidas se repitió ese sueño. A la mañana del séptimo día, Vincent se decidió. Se había acordado de que una vez, hace ya mucho, una niña como ella fue su amiga. No lograba recordar su nombre. Cogió una mochila y partió en busca de aquella chica.”

—Vincent vivió muchas aventuras en su viaje—dijo el abuelo—. Por desgracia, se nos hace tarde, así que nos las saltaremos.

—Jo, abuelo, no es justo.

—Tranquila, ahora viene lo mejor

“Un día al fin alcanzó su meta. Se trataba de un pueblo, parecido al suyo, al borde del acantilado. Guiado por una corazonada, Vincent subió a lo más alto. No había nada. Se quedó allí sentado, mirando al mar, toda la noche. Hasta que amaneció.

El silencio de la mañana se vio interrumpido por una canción. Vincent se levantó. Se encontró frente a una chica. Ella lo miraba extrañada. Luego sonrió.

—Te he estado esperando mucho—dijo.

Y entonces Vincent recordó su nombre.”

—¿Y cuál era, eh, abuelo?

—Eso depende de quién escuche la historia, Marina.
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domingo, 17 de abril de 2011

Lucha

Ojalá fuera tan fácil.
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El perdedor se levantó con ganas de pelear. Perdía su sangre, se precipitaba a su final. Sonreía, sin embargo. Atrapado entre la pared y un cañón, que apuntaba directamente a su frente. Aferraba un trozo de cristal. No se rendía.

—Te veré en tu funeral.

El hombre del arma reía. Calló. Se hizo el silencio. La explosión lo rompió. El aire se llenó de olor a pólvora quemada. El perdedor se echó atrás. Se apoyaba en la pared; la sangre manando del orificio de su cabeza. El hombre le dio la espalda.

—Lo siento, no estás invitado.

El hombre se volvió. Tarde. El perdedor se le echó encima. Clavó el cristal en su cuello. Cayeron. Inertes, muertos.

El perdedor cayó, no sin antes luchar. No sin antes ganar.
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