Para ella
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— ¿Quién eres?
Bestia maldita con mis ojos, mirándome desde su reino al otro lado del espejo. Reflejo maldito, mostrando su sonrisa ensangrentada. Dios de su mundo de muerte.
—Tu otro yo.
Contestas con arrogancia, usando mi misma voz.
Tu mundo se opone al mío. Me encierran las cuatro paredes entre las que estoy condenado a permanecer. Tan solo este espejo me acompaña. Este trozo de cristal, que muestra al ser que me aterra y fascina a la vez. A mí mismo.
Agitas la copa, sentado en tu trono. Salpicas el espejo del líquido rojo que contiene. Tu lado queda manchado por la sangre que mis manos derramaron.
—Nuestras manos.
—Si… ¡No!
Pateo el espejo, roto en mil pedazos. Los aplasto, una y otra vez, hasta que ese ojo igual al mío deja de observarme. Respiro, seguro de librarme de esa voz.
—Nunca me iré… al menos no sin ti.
La voz retumba en la habitación. Hace estragos en mi mente. Me ataca las entrañas.
Mis manos dejan de obedecerme. Le obedecen a él, a mi otro yo, quien las guía hacia nuestro cuello. Pronto perderían su fuerza, cuando su amo exhalara su último aliento.
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