miércoles, 22 de abril de 2009

Marcus

Sé que no es el día, pero no sé si tendré internet este domingo. Esta historia va dedicada a Saya, por su cumpleaños.
________________________________________________________________

Encadenado a la fría y húmeda pared de la cárcel, aquel joven meditaba sobre los motivos por los que se hallaba en esta situación. Encarcelado, sin comida ni agua, apenas le quedaban fuerzas para seguir despierto.

Sin ver la luz del sol, ya había perdido la cuenta de los días que llevaba encerrado. Al borde de la locura, solo un pensamiento lo mantenía cuerdo.

Él era inocente.

Acusado sin motivo, y condenado sin pruebas. Así había sido su juicio, amañando desde un principio. Incluso dudaba de la existencia de tal crimen. Pero la palabra del rey era la ley, y él no era más que un simple soldado.

Dentro de su sombría prisión, solo el recuerdo de su amor prohibido le daba fuerzas para aguantar. Sabía que aquello era un error. Una princesa no podía estar junto a un soldado. Por eso lo mantenían en secreto, hasta que fueron descubiertos. Ese era el motivo de su encarcelamiento.

Ahora, abandonado a su suerte, solo le quedaba esperar la muerte, que se le tornaba lenta y sufrida.

La luz del sol lo ciega. Sin previo aviso, lo sueltan de sus cadenas. El hombre se desploma, resignándose a la idea de que el rey, lejos de querer darle una muerte dolorosa, prefiere la humillación pública.

—Está muy débil…

—Rápido, hay que sacarlo de aquí.

—Aguanta, Marcus.

Tres voces distintas, las tres familiares. Pero está demasiado exhausto para reconocerlas. Las tres voces se lo llevan, mientras su mente se va sumiendo en la oscuridad.






Marcus abrió los ojos. Se encontraba en la cama de una habitación pobremente amueblada. Tan sólo había una estantería, roída por los ratones, y la cama, en cuyas mantas abundaban los agujeros que, probablemente, tendrían el mismo origen que el malestar de la estantería.

Marcus saltó de la cama al darse cuenta del hambre que tenía, y salió de la lúgubre habitación. Nada más cruzar el umbral lo cegó la luz del sol, que llevaba varios días sin ver.

—Buenos días, bello durmiente. —Dijo una voz, que Marcus reconoció como la de Yitán, su mejor amigo. Acto seguido, escuchó risas.

Cuando su vista se acostumbró a la luz, Marcus vio a sus tres amigos sentados en la mesa, frente a tres platos llenos de comida. Su primer impulso no fue otro que echarse sobre los platos y devorar su contenido.

—Anda, ven. Te prepararé algo. —Blank, al ver la cara de hambre de su amigo, se levantó y se dirigió a la cocina, entre las risas de sus compañeros de batalla. Volvió al poco, con un humeante plato en las manos, al cual Marcus no quitaba ojo.

— ¿Y Cornelia? —Preguntó Marcus después de comer. Sus amigos palidecieron; se hizo el silencio.

— ¡¿Y Cornelia?! —Repitió, poniéndose de pies.

—Pues, veras, Cornelia —comenzó Cinna con voz temblorosa—… El rey la ha encerrado a espera de su matrimonio.

A Marcus le fallaban las fuerzas. Pálido, se dejó caer en la silla más cercana, balbuceando cosas sin sentido.

—Hay… Hay que hacer algo— logró decir—. Lo que sea

—Es imposible, Marcus. No hay nada que podamos…

Blank no pudo terminar la frase. Antes de poder evitarlo, Marcus salió corriendo, dejando a sus compañeros sin saber qué hacer.



Al poco, Marcus llegó al puerto. La brisa del mar siempre lo calmaba, y en ese momento necesitaba mucha calma. Cornelia, secuestrada por su propio padre. En unos días, el malvado rey la casaría con el príncipe del reino vecino, y ella quedaría fuera del alcance del soldado. Disponía de poco tiempo, pero no tenía plan alguno…

— ¡Rápido, gandules! Debe estar todo listo para mañana al anochecer.
Marcus se giró hacia el origen de las voces. Unos marineros cargaban grandes cajas, mientras un extraño personaje, probablemente el capitán, les gritaba. Y una idea le cruzó la mente.

—Oiga, capitán. —Dijo, acercándose al extravagante hombre.




— ¡¿Que qué?! —El grito de Yitán se oyó en todo el vecindario.

—Me voy con Cornelia—Marcus hablaba con seguridad—. Mañana por la noche. Ya está todo hablado.

Silencio. Ninguno de sus amigos sabía que decir.

—Tan solo necesito enviarle un mensaje.



Cornelia miraba a través de la ventana aquel mundo libre al que ella no tenía acceso. Su padre, ignorando sus deseos, planeaba casarla con un hombre al que no amaba. Y ahora, su único anhelo era el de poder abandonar el castillo e irse con Marcus a un lugar lejano, pero eso era algo que su padre no le permitiría. Necesitaba un plan, y este no tardaría en llegar.

—Princesa, la estaba buscando— Cornelia estaba tan sumida en sus pensamientos que no advirtió la llegada de su criada—. Traigo un mensaje.

A la princesa se le iluminó la mirada. La única persona que se comunicaba con ella a través de su criada era Marcus.

— ¿Y qué dice?




La noche de la partida. Un viento, fuerte y frío, acosa al paciente Marcus, esperando a su amada princesa antes de partir. Dos horas pasan ya de la media noche.

— ¡Jefe, tenemos que irnos! —Le apremiaba el capitán, una y otra vez.

— ¡He pagado por este tiempo y mucho más, capitán!

Los minutos pasaban lentamente, y Cornelia no daba señales de aparecer. Cinna y Yitán esperaban junto a Marcus la llegada de la princesa, que se retrasaba considerablemente.

—Algo ha pasado— sentenció Marcus—. Ella no se retrasaría tanto.

— ¡Ya no podemos esperar más! —El capitán estaba impaciente — ¡Perderemos la marea!

Sin decir una palabra, Marcus salió corriendo de nuevo, seguido por sus amigos, con
la mano en la empuñadura de su espada. Pocos minutos después, el plan de fuga se escapaba, y con él todo deseo de una vida tranquila.




El castillo, fuertemente protegido cada noche, hoy apenas tenía soldados recorriendo sus muros. Los pocos ingenuos que se atrevían a ir en busca de los ruidos extraños de la noche manchaban con su sangre las espadas de Marcus, Cinna y Yitán. La infiltración fue demasiado fácil.

Los tres sabían que su presencia en el castillo no era algo desconocido.
Avanzaron, eliminando a quien se interponía en su paso, dirigiéndose hacia el patio interior. Sus tiempos de soldado les sirvieron para conocer el lugar como su propia vida.

Allí les esperaba una sorpresa.

—Llegáis tarde. —El rey se volvió. Dos hombres de su escolta personal lo acompañaban.

—Sí—Dijo Marcus, avanzando un paso—, debí acabar contigo hace mucho tiempo.

—Palabras, palabras. ¿Puedes respaldarlas?

Como respuesta, Marcus lanzó una estocada, hábilmente detenida por uno de los hombres del rey. El segundo aprovechó ese momento para atacar, pero también fue bloqueado por Yitán. Durante los siguientes minutos, sólo se escucharía el sonido del metal al golpear el metal. Hasta que…

— ¡Quietos! —Blank, con su espada desenvainada, se situó entre ambos bandos.

—Blank, ya era hora… —Dijo Yitán, avanzando hacia su amigo. Sin embargo, éste apuntó con su arma al cuello de Yitán— ¡¿Se puede saber qué haces?!

—Majestad, marchaos. —El rey y sus hombres corrieron, dejando a Blank frente a los que antes eran sus amigos.

—Blank, ¿pero qué haces? —Inquirió Marcus, extrañado.

— ¿No lo veis? Si Cornelia se casa con ese príncipe se acabará esta guerra.

— ¿Y eso importa más que lo que Cornelia quiera? Ella no ama a ese príncipe.

—Lo sé, Marcus. Pero en esta vida hay que hacer sacrificios por un bien mayor. Es su deber como futura reina.

—Blank, juraste ayudar a Marcus con esto —Yitán apartó la espada de Blank con la suya—. ¿Cómo pudiste traicionarnos?

—Busco la paz entre los reinos, y el plan del rey Lear es la mejor solución. Eso es todo.

—Marcus, Cinna, marchaos—Yitán dio un paso hacia Blank—. Yo me encargo de esto.
Mientras Marcus y Cinna corrían tras el rey, Yitán se lanzó contra Blank. Este, viéndolo venir, interceptó la estocada que Yitán le lanzaba, y lanzó su propio ataque.



— ¡Cornelia! —Gritaba Marcus, corriendo por los pasillos del castillo. Cinna apenas podía seguir el ritmo frenético que su amigo llevaba. — ¡Cornelia!

Pronto se escucharon pasos acercándose hacia ellos. Los gritos de Marcus habían atraído a la guardia del castillo.

—No pasareis de aquí —dijo uno de los cinco soldados que les cortaban el paso.

— ¡Abrid paso o…! —Marcus comenzó a hablar, pero se cortó al ver avanzar a Cinna.

—Vete, estos son míos —dice.

— ¿Podrás tu solo con todos?

—Vete antes de que me eche atrás, Marcus, y encuéntrala.

Marcus asintió antes de correr en dirección opuesta a los soldados. Estos hicieron un ademán de ir tras él, pero la espada de Cinna se interpuso en su camino.

Yitán y Blank corrían por los laberínticos pasillos del castillo, deteniéndose cada poco para cruzar sus aceros. Daban dos o tres golpes y volvían a correr.

— ¡Detente, traidor, y lucha! –Gritó Yitán.

Este no hizo caso a sus ataques verbales, y atacó dos veces más. Tratando de anticiparse, Yitán se preparó para correr, pero Blank lanzó un ataque sorpresa que derribó a Yitán y le quitó su espada. Caminando lentamente hacia su antiguo amigo, Blank puso el filo de su espada junto al cuello de Yitán.

—Despídete de la vida.

Las continuas carreras de Marcus lo llevaron de nuevo al patio interior. Allí se encontró de nuevo con el rey, pero esta vez estaba mejor preparado.

—Apresadlo—dijo.

Sorprendido, Marcus se vio obligado a arrodillarse ante el hombre que más odiaba en el mundo, sin posibilidad de defenderse.

—Bueno, Marcus— el rey se paseaba alrededor de su prisionero—, casi consigues cargarte mis planes. ¿Por qué?

—No me interesan tus planes, Lear. Simplemente es que amo a Cornelia—Lear se enfureció ante la osadía de Marcus, que saboreó el momento.

— ¿Qué amas a Cornelia? —El rey le dio una patada en el estómago— ¿Casi pierdo todo porque un plebeyo ama a la princesa? –una segunda patada, esta vez en la cara— ¡Que sepas que esto se acaba aquí!

El rey sacó su espada de la funda. Al verlo, uno de los soldados que mantenían sujeto a Marcus le cogió del pelo y le levantó la cabeza.

—Hoy es tu último día en este mundo, Marcus.
El rey apoyó el filo del arma en el cuello de Marcus y…

— ¡Padre, no!

Cornelia se interpuso entre su padre y Marcus, impidiendo que el rey cumpliese su amenaza. Yitán y Cinna, que llegaron detrás de ella, noquearon a los soldados que sujetaban a su amigo. Viéndose libre, Marcus se levantó, tomó su espada y dijo:

—Tus amenazas no son más que palabras. ¿Puedes respaldarlas?

El rey, furioso, apartó a su hija y lanzó un golpe, que Marcus detuvo con maestría. El segundo ataque de Lear se vio frustrado de igual forma, y lo mismo ocurrió con las siguientes estocadas. A cada segundo, la ira del monarca aumentaba, dejando que ésta guiase sus movimientos, hasta que Marcus pasó al ataque y lo desarmó.

—Lear, ha llegado tu hora—Marcus lanzó el golpe final.

Pero éste no dio en el blanco esperado.

— ¡No!


El gritó que salió de labios de Marcus fue ensordecedor. La sangre que bañaba su espada no era la del rey, si no la de Cornelia, que en el último segundo se interpuso de nuevo entre ambos.

—Marcus… perdóname—decía la princesa—… al fin y al cabo, es mi padre.
La princesa exhaló su último suspiro. Marcus, abatido, extrajo la espada del cuerpo inerte que pertenecía a su amada, tratando de asimilar lo que había hecho.

—No—repitió.

Caminó ante la mirada de sus amigos, que no se atrevían a decir palabra. Sabían que sin Cornelia, Marcus no tenía motivos para seguir viviendo. Por eso no hicieron nada cuando su amigo levantó su arma.

—Si no podemos estar juntos en este mundo, lo estaremos en el otro—dijo Marcus, antes de clavar la espada en su pecho.
Leer más...