Una historia con muy posible continuación.
Para Bea, que hoy le salen más arrugas.
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—No es un sueño, es la vida —dijo el cardenal Amaury, mirando a los ojos a su hermano—. Una vida que, para vos, se acaba.
La habitación, iluminada por la anaranjada luz del amanecer, se tiño de sangre. La espada del cardenal rebanó la cabeza del rey, que rodó por el suelo. Se detuvo junto a la cama tras dejar un rastro de sangre por donde había pasado.
Amaury limpió el líquido rojo que manchaba su filo de plata en las ropas de su hermano decapitado y escupió sobre su cuerpo inerte.
—Adiós, majestad —rió, antes de abandonar la alcoba.
El silencio sepulcral que la muerte del rey había provocado en la habitación se rompió con un llanto. De debajo de la cama salió un niño, de apenas diez años, con el pelo rubio. Sus ojos, marrones y llenos de lágrimas, se cruzaron con los de su padre, inertes e incapaces de volver a ver. Alain, que así se llamaba el niño, se secó las lágrimas y abandonó la alcoba corriendo.
Era una noche cerrada, sin luna. Del gran salón surgía una música de festejo, en honor al nombramiento del nuevo rey. Tras el fallecimiento del anterior monarca, su hermano sería el sustituto en el trono. Amaury presidía la mesa principal, controlándolo todo con unos ojos oscuros que ocultaban sus pensamientos al mundo. Su lucha contra el tiempo le había dejado un rostro arrugado y un pelo blanco como la nieve. Observaba a las parejas bailar, riendo por dentro.
En unos minutos sería rey.
La música se detuvo. Las puertas se abrieron, dando paso a un hombre que porteaba una corona de oro y joyas. Las puertas se cerraron tras él. Las parejas se situaron en sus respectivos asientos, de pié. La corona llegó hasta la mesa principal. La rodeó. Un sacerdote la cogió. La alzó y la bendijo. Amaury se levantó. Había llegado el momento…
—¡¡Alto!!
Las puertas se abrieron de un fuerte golpe. Con paso firme, Alain entró en el salón, seguido por su tutor Bernard, que portaba una espada desenvainada. Las gentes murmuraron.
— ¿Por qué osáis interrumpir la ceremonia, príncipe? —preguntó el sacerdote.
—Porque ese hombre no puede ser rey —respondió Alain con voz firme—. Un hombre que mata a su propio hermano por avaricia no está preparado para gobernar.
Los murmullos cesaron de golpe. En silencio, las miradas del cardenal y del príncipe se cruzaron. Nadie en la sala pudo negar que en esos ojos sólo había odio.
El sacerdote les miró a ambos, preguntándose qué hacer. Amaury asintió, sonriendo. El sacerdote posó la corona sobre la cabeza del cardenal, con una sonrisa maliciosa y que sonaba a oro. La ceremonia había terminado.
—Yo, Amaury de Draizar —dijo el nuevo rey, con una voz grave y autoritaria—, por la presente, os declaro culpables de traición. El castigo —se detuvo, regodeándose en el momento —es vuestro destierro.
jueves, 15 de octubre de 2009
Venganza
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4 comentarios:
Hola.
Tenía ganas de dejar galleta en el anterior, pero por asuntos internos no le repegó la gana a mi ordenador hacerlo. ahora vuelvo a por esta de aquí.
Muy muy muy realista. La verdad, me gustó/ha gustado/gusta mucho. LA forma en la que has acabado el escrito me da ganas de más, aunque imagino que es así de cortito.
A pesar de ello, dejar un final taaan abierto es una buena idea para hacer que el lector sueñe con sus fantasías.
No soy la más indicada para ello {llevo la cruz de varios "hacerca" u.u''} pero: La habitación, iluminada por la anaranjada luz del amanecer, se tiño de sangre --> Tiñó, por ser pasado. =P
En fin, en fin, es algo fuera de lugar que te hace ver el mundo tal y como es. Hay cosas que nunca cambiarán...
Lu.
Lu acaba de darse cuenta del error... Vale, por no leer la primera línea del escrito.
En fin, espero la conti, ¿vale?
Arrugas?
Arrugas?
Yo?
Joven y lozana como soy?
Gracias me gusta mucho...!!!
PD.
Tú lo de la sangre y las espadas como que no lo puedes evitar, ¿no?
bueno si es mi cuento quiero princesas, príncipes gays y que triunfe el amor, que para espadas y cabezas rodantes ya tengo el día a día...
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