Primer original que publico, destinado al concurso literario de mi instituto. Todos los personajes son de mi invención y, todo hay que decirlo, para el final me ayudó Saya. Vamos a ver que tal va esto.
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Desperté a la tenue luz de una vela sobre mi mesita de noche. Instintivamente me di la vuelta, esperando encontrar a la bella chica con la que tuve una gran noche de placer, pero ella ya se había ido. Ni una nota, ni un adiós. Ni siquiera sabía su nombre.
Miré el reloj de mi muñeca, que marcaba las cuatro. Me di la vuelta, intentando conciliar el sueño, cuando mi estómago emitió un ruido, haciéndome consciente del hambre que tenía.
—Hora de un tentempié.- Me dije, estirando la mano hacia el interruptor de la luz, que, pese a mi insistencia, no se encendió.— Mierda.
Cogí la vela y salí de la habitación, buscando el cuadro de luces. Al examinarlo vi que todo estaba como de costumbre.
—Será cosa de la compañía eléctrica. — Deduje.
Caminé hasta el teléfono, iluminado por la vela. La tormenta que había en el exterior no permitía que la poca luz de la noche iluminase mi antiguo caserón. Localicé el teléfono y descolgué el auricular, cuyo pitido me indicó que no había línea.
Maldije en voz alta y me dirigí a la cama, cuando mi estómago repitió el sonido por el cual estaba despierto esta noche. Guié mis pasos hasta el comedor, donde encontré los restos de la cena anterior, que tuve el placer de degustar con mi bella acompañante, a la que nunca pregunté el nombre y que ella tampoco encontró conveniente decírmelo. Ella apenas tocó su plato. Lo cogí y lo llevé hasta el microondas que, por supuesto, no funcionaba. Tendría que tomar el tentempié frío.
Acababa de probar la comida cuando escuché un ruido en el piso de arriba, que achaqué a la antigüedad de la casa. Sin embargo, escuché como algo se rompía, y un correteo nervioso. Creía estar solo en el caserón, ya que había dado el fin de semana libre al servicio. Cogí el atizador de la chimenea y, armándome de valor, me dirigí a explorar el edificio, dispuesto a encontrar el origen del ruido.
Nada mas subir las escaleras, vi que el jarrón, que antes descansaba sobre el aparador, se había caído al suelo. Avancé, con el atizador en alto, dispuesto a golpear cualquier cosa, viva o inerte, que no debiese estar allí. Oí el correteo nervioso a mis espaldas, pero al volverme no había nada. Aquello empezaba a ser muy extraño.
Empecé a bajar las escaleras cuando vi dos brillantes y pequeños ojos mirándome. Un ratón. Me había asustado un simple ratón. Furioso, descargué un certero golpe sobre la cabeza del animal, que cayó inerte al instante. Más tranquilo, volví al comedor, a terminar el tentempié. Una vez terminado, subí a la cama, llevándome conmigo el atizador. Apoyé el atizador en mi mesita, me metí en la cama y me dormí.
No había pasado media hora cuando me despertó el sonido de unos pasos, que cada vez se acercaban cada más a mi habitación. Salté de la cama y cogí el atizador, que todavía tenia la sangre del roedor.
Abrí la puerta, pero al otro lado no había nadie. Salí al pasillo y miré a ambos lados. A mi izquierda, apoyado en la ventana del pasillo, había un hombre.
— ¿Quién eres?— Pregunté. No obtuve respuesta, y tampoco la esperaba. Aquel hombre ni se movió.
Me acerqué a él, pero cuando estaba a apenas unos pasos del hombre, un rayo cruzó el cielo, iluminando el pasillo. Aquel hombre no era más que una chaqueta colgada del perchero.
Olvidando los extraños pasos que me despertaron, volví a la habitación, mas, cuando cerré la puerta, volví a escuchar como alguien caminaba por el pasillo. Salí de nuevo, y tampoco vi a nadie. Pero, esta vez, una puerta chirrió. Me dirigí hacia ella, con el atizador preparado.
Abrí la puerta de aquella habitación que, a oscuras, no supe identificar. Al otro lado de la puerta me encontré cara a cara con unos ojos. Temeroso, golpeé aquellos ojos, escuchando el sonido de cristales rotos. Aquellos ojos eran los míos, reflejados en un espejo. Sin embargo, había algo distinto en ellos, un brillo de malicia.
—Debo relajarme. — Me dije.
Bajé las escaleras, buscando la cocina. Una vez allí, encendí una vela y me serví un vaso de leche. Sentado, encendí un cigarro y me lo llevé a la boca. Ese era el único modo que conocía para calmarme. Sentí como parte de mis miedos se perdían con el humo del tabaco. De repente, noté como un escalofrío me recorría la espalda. Al volverme, vi los ojos de un gato, que no me perdía de vista. Parecía como si estuviese examinándome. Le sostuve la mirada durante un tiempo hasta que, sin previo aviso, saltó de la ventana y desapareció.
Apagado el cigarro, subí las escaleras, para intentar dormir las pocas horas que quedan esta noche. Agarré el pomo de la puerta y giré. La puerta no se abrió. Probé otra vez, con el mismo resultado. Furioso, golpeé la puerta con el atizador, hasta que la eché abajo. Apartando los escombros, entré y caminé hasta la cama. Sin embargo, un extraño líquido de color rojo manchaba mi cama: Sangre. Temeroso, me desnudé y me puse frente al espejo, examinando mi cuerpo para detectar el origen de la sangre, pero no lo encontré. Me quedé mirando a mi reflejo a los ojos, que seguían teniendo ese brillo de malicia, hasta que este sonrió de forma siniestra. Mi reflejo alzó el atizador, mostrándome la sangre que goteaba de él. Era demasiada sangra para ser la del ratón. De improviso, sentí como un gran cansancio me invadía, y me dormí allí mismo.
Abrí los ojos. La chica todavía estaba allí tumbada. Había disfrutado mucho esa noche con ella, pero todavía quedaba lo mejor. Sin hacer ruido, me levanté y me dirigí al comedor. Me senté frente a la chimenea, pensando como terminar la noche. Un cosquilleo me recorrió el brazo al ver el atizador, que descansaba colgado junto a la chimenea . Sonriendo, lo cogí y regresé a la habitación. Mi bella acompañante seguía dormida, ajena a lo que estaba a punto de ocurrir.
—Despierta, preciosa. Hora de seguir jugando. — Dije zarandeándola.
—Vaya, — dijo somnolienta. — ¿todavía tienes ganas de más?
—Sí, — respondí, alzando el atizador. — Pero esto será más espectacular.
Viendo lo que iba a ocurrir, la desconocida intentó huir. Pero, certero, le clavé el atizador en la espalda. De la herida emanó abundante sangre. Abrí el cajón de mi cómoda y saqué un cuchillo de caza. Tirando del atizador, coloqué a la chica, todavía viva, boca arriba en la cama. Sus ojos reflejaban el terror y el sufrimiento que la joven sentía.
—Tranquila, pronto acabará.
Lentamente, coloqué el cuchillo en el cuello de la desconocida, y empecé a cortar. Los gritos de dolor que la chica profirió solo alimentaron mi excitación. Cuando por fin la cabeza estuvo separada del resto del cuerpo, procedí a separar el resto de articulaciones. Una vez cortados, los metí en bolsas y los llevé al triturador de basuras, eliminando todo rastro de pruebas.
Coloqué el atizador en su sitio y limpié el cuchillo. No quería que mi otro yo supiese de mi existencia, quería que me procurase más víctimas. Me senté frente al fuego de la chimenea, con una copa de whisky en la mano. Mientras degustaba el exquisito licor, sentía como la excitación que momentos antes me embargaba, iba desapareciendo. Una vez vaciada la copa, regresé a mi habitación, guardé el cuchillo y cerré con llave. Caminé hasta la habitación contigua, donde me esperaba una reproducción exacta de mi propio cuarto. Me introduje en la cama y cerré los ojos, esperando caer en un profundo sueño, para no despertar en días.
Desperté, y miré a mí alrededor. En la cama había un gran charco de sangre, y en el cajón estaba el cuchillo. Al cojerlo, sentí como una extraña criatura dentro de mí, que antes jamás había notado, se reía. Salí corriendo hacia la habitación contigua, llevando conmigo el cuchillo y el atizador. La puerta no se abría. La eché abajo con el atizador y entré. Encontré la habitación donde había dormido plácidamente después de cometer aquel atroz crimen. Miré al espejo, donde mi reflejo me sonrió con la misma sonrisa que lucía mi rostro mientras arrebataba la vida de la joven. Y aquel brillo de maldad en los ojos que no me pertenecía. Aquel reflejo era el del ser que habitaba en mí.
Esa atroz criatura me carcomía el alma silenciosamente, sus ojos no se parecían nada a los míos; sigilosamente me deslicé por los antiguos pasillos del caserón, hasta la entrada del edificio. Aún sentía la sangre que se había derramado esa noche impregnada en mis manos, en cada trozo de mi piel sentía el calor del líquido mortecino; su olor continuaba perforándome las fosas nasales.
Una voz de ultratumba surgió en mi subconsciente, helándome la sangre. Sus palabras fueron muy claras, indudablemente ese extraño ser sólo se comparaba con el mismísimo Satanás.
— ¿Por qué huyes de lo inevitable?— Aunque era mi misma voz, sonaba bastante cruel, no había ni una pizca de arrepentimiento en sus palabras — La maté, ¡no!, mejor dicho… la matamos. Y no es la primera vez que lo hacemos.
Mis ojos se abrieron y un leve brillo de rabia los iluminó por un segundo. ¿Cómo se atrevía a incriminarme?
— ¡Mientes!— respondí fieramente, gritando hacia la nada — ¡Yo no pude hacer eso!
Miré mi propio reflejo en el empañado cristal del caserón, sus ojos diabólicos me sonrieron, retrocedí precipitadamente, golpeándome contra la repisa.
Escuché el ruido de un objeto metálico caer. Busqué el objeto, hasta que vi los mismos ojos reflejados en el cuchillo.
Esa era la única solución para mi atroz crimen.
Decidido, empuñé el arma y me acerqué al empañado cristal; mirando con furia mi propio reflejo dirigí el arma a mi pecho.
— ¡Nos hundiremos en el mismísimo infierno!— grité mientras clavaba el arma profundamente, sintiendo, a los pocos segundos, la cálida sangre empapando mis manos. Caí bruscamente sobre el suelo y una sonrisa surcó mis labios, mientras escuchaba el rugido ensordecedor de la criatura infernal, a la cual arrastré junto a mí hacia un abismo de infinita oscuridad.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Noche de tormenta
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3 comentarios:
Me diste créditos *insertar onion con ojitos brillantes*
Ya sabes que me gustó mucho el relato, ¿Para qué decirte más?
Bueno, nos vemos gatito.
Te prometí una galleta. A ver...
Nya, me encantó. Adoro como narras, me parece estar viendo todo lo que cuentas.
La idea es muy buena, y el final también (Sayita, eres una nena muy lista).
Bueno, no soy de escribir galletas largas, así que ya lo dejo. ;)
¡Hola Leoncito!
Bueno, aquí tienes mi galleta. (No va a ser la única, me faltan aún todos los otros originales...)
Me ha encantado, en serio. Has conseguido meterme tanto en la historia que, he empezado aimaginar ruidos por el pasillo y a temer los espejos.
(No puede ni ducharme a gusto, con el pedazo espejo que tenenmos en el baño...)
Bueno, lo dejo aquí y me voy al siguiente.
Saludos,
Milkie.
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